viernes, 8 de febrero de 2013

CHALLENGER: UNA TRAGEDIA ANUNCIADA

Se cumple ahora un año del fallecimiento de Roger Boisjoly.


Éste ingeniero mecánico, especialista en dinámica de fluidos y en aerodinámica por la Universidad de Lowell (Massachusetts), tuvo la certeza, un día antes, de lo que le ocurriría al Transbordador Espacial Challenger, en su último despegue, en aquella fría mañana del 28 de Enero de 1.986. Tuvo la certeza y, tristemente, acertó.


Porque efectivamente, a los 73 segundos de su lanzamiento, el Challenger explotó a una altura de 15.240 metros sobre el océano Atlántico.  Los siete astronautas que viajaban a bordo fallecieron. Entre ellos, la maestra Christa McAuliffe, único miembro de la tripulación que no era del cuerpo de astronautas de la NASA.  Fue seleccionada,  entre miles de aspirantes, para  dar una clase desde el espacio.

El día anterior, Roger Boisjoly, corre por los pasillos de su empresa cargado con una voluminosa carpeta de la que sobresalen unas fotografías en color de gran  tamaño. Se dirige hacia una sala de reuniones donde le esperan los altos ejecutivos de Morton Thiokol, la compañía que fabrica los "Solid Rocket Booster" (SRB).








Son los cohetes auxiliares que impulsan al transbordador espacial, para vencer la fuerza de la gravedad en el despegue. Una vez consumido su combustible sólido, se desprenden del transbordador y caen al mar con un paracaídas para ser reutilizados de nuevo.

                               










Cada transbordador lleva en la salida dos SRB, para poder empujar  al  conjunto a la velocidad de escape estimada en 27.000 kilómetros por hora.

















Cuando llega a la sala, le están esperando con impaciencia y algo cabreados porque no saben qué es lo que el ingeniero les tiene que comunicar con tanta urgencia. Su jefe Jerry Mason preside la reunión y le espeta a bocajarro: -- " A ver Roger,  ¿ qué ocurre ahora?--  Boisjoly, abre su carpeta y comienza a entregarles las fotos mientras comienza su explicación: --"señores, solicito formalmente parar la cuenta atrás"--

Faltaban menos de 24 horas para el lanzamiento del Challenger, en lo que iba a ser su misión número diez al espacio.  Todo estaba preparado en Cabo Cañaveral para el evento. Técnicamente denominada "STS-51-L", la misión se había postergado hasta en siete ocasiones anteriores, unas por mal tiempo y otras por problemas técnicos,  como un cierre de escotilla defectuoso. La salida no se podía demorar más. En la bodega de carga del Challenger los satélites TDRS-B y  SPARTAN , esperaban a  ser puestos  en órbita. Cada vez que se abortaba una cuenta atrás, la NASA tenía que soportar las críticas feroces de todos los implicados y lo peor   era que los gastos se multiplicaban, provocando pérdidas millonarias.

Boisjoly comenzó a detallar sus temores a los reunidos. Había observado el deterioro sufrido en las juntas tóricas de goma (O-rings) de la base de los SRB, cuando se habían recuperado del mar los usados por el último transbordador, en éste caso el Discovery. Las juntas tóricas cerraban y sellaban en el momento del encendido, las carcasas  de los SRB, permitiendo una oscilación de abertura en las toberas de salida de gases, con lo que se gana en seguridad y rendimiento del cohete.




































Boisjoly continuó: --"en éstas fotos pueden comprobar el deterioro de las juntas de goma de los SRB del Discovery"-- y añadió: --"la causa del endurecimiento de las gomas ha sido la baja temperatura en el momento del litf off"-- (en el argot técnico: despegue)  y continuó:  --"lo peor es que la previsión meteorológica para mañana en Cabo Cañaveral, es de muy bajas temperaturas, más bajas aún que el día que despegó el Discovery"--

Aquella noticia dejó al grupo estupefacto. A menos de un día del despegue, ¿quién era aquel ingeniero para echarlo todo a perder? ¿cómo se iban a atrever a comunicar a la NASA tal eventualidad? El contrato de Morton Thiokol con la NASA era un próspero negocio que reportaba muchos millones de dólares de ganancia para la empresa. Después de todo lo que habían invertido en el desarrollo de los SRB, y ahora que su cuenta de resultados les era beneficiosa, ¿cómo iban a perjudicarse a sí mismos?  Al principio  los directivos dudaron, pero ante las pruebas que Boisjoly presentaba las dudas se fueron disipando y finalmente decidieron comunicar a la NASA el problema.

Inmediatamente se prepara una triple conferencia telefónica, por un lado los reunidos en la sede de Morton Thiokol en Utah, por otro los gerentes del Centro Espacial Kennedy en Florida y el tercer interlocutor,  Lawrence Malloy,   director del Marshall Space Flight Center en Alabama.

La conversación no pudo ser más tensa. Las voces empezaron pronto y Lawrence Malloy, desesperado, gritó: --"...!Dios mío Thiokol!, ¿cómo podéis plantear ésto ahora? ¿Qué queréis? ¿retrasar el lanzamiento hasta el mes de Abril? ¡Ésto es inasumible! ¡Además éstas pruebas no son concluyentes!"--

Era el momento de hacer un receso, había que tomar aire. Jerry Mason le comunica a Lawrence Malloy que van a tomarse un tiempo para decidir la cuestión. --"dentro de una hora conectaremos de nuevo"--  --"o.k. espero vuestra llamada"-- responde Malloy.

Boisjoly quería suspender el despegue a toda costa. Sabía que sus temores no eran infundados. Cuando las juntas del Discovery se endurecieron fue a causa del frío y precisamente en aquella ocasión la temperatura en la torre de lanzamiento bajó hasta los 10 grados centígrados. Una temperatura inusual en Florida, donde las temperaturas son muy suaves todo el año. Sin embargo Boisjoly conocía las previsiones y eran aterradoras. Bajas temperaturas por debajo de ¡0 grados!

En la sala de Morton Thiokol, Boisjoly se desgañitaba mientras golpeaba  las fotos que había llevado a la reunión. No podía entender las reticencias de sus compañeros y sobre todo de su jefe, cuando estaban en juego siete vidas. Incluso en un momento dado, Mason le reprochó: --"Roger, ¡quítate el sombrero de ingeniero y ponte el de gerente!"-- y le amenazó: --"si hundes ésta empresa, te juro que pondré a la puerta de tu casa a mis hijos para que los alimentes!"--

Indignado, desesperado y sabiendo lo que se les venía encima, Boisjoly tiró la toalla. No podía más. Había hecho todo lo posible por parar aquello y no lo consiguió. Se efectuó una votación y todos salvo él votaron a favor del lanzamiento para el día siguiente. Llamaron a Lawrence Malloy  para darle la conformidad de su resolución y en la NASA aceptaron sin rechistar lo más mínimo.

Cuando llegó la noche,  las heladas en la torre 39B de Cabo Cañaveral eran visibles. Los técnicos de Rockwell, principal contratista del Transbordador, observaron horrorizados los témpanos de hielo que se habían formado.





Temían que durante el lanzamiento se desprendiera hielo e impactara contra las losetas de protección térmica que cubren el transbordador. El responsable de la división de transporte espacial de Rockwell, Rocco Petrone, y su equipo, informaron a la NASA de que ellos no apoyaban, de ninguna manera, la salida del Challenger. Sin embargo, el jefe de la misión de la NASA en Houston, Arnold Aldrich, se opuso a cancelar la salida, pese a las advertencias. Lo más que se le ocurrió fue enviar a un equipo de limpiadores para descongelar los témpanos. Una hora después de la última inspección, se dio permiso al director de vuelo para el despegue, programándose para las 11,38 EST.

La mañana era radiante. Una multitud se aproximaba a la pantanosa zona de despegues en Cabo Cañaveral. Asistir a un lanzamiento seguía siendo todo un acontecimiento que congregaba a muchos seguidores de los vuelos espaciales. Pero aquel día era especial, porque un grupo de alumnos de la Concord High School  en  New Hampshire, venían ilusionados a ver la proeza de su maestra Christa McAuliffe. Estaban encantados de ser los protagonistas en las cadenas de televisión. Bromeaban y no paraban de reír. Todo perfecto.

Mientras, a 2.900 kilómetros, Boisjoly, está sentado junto a algunos compañeros  frente a un televisor para ver el lanzamiento. En su mente no hay otra cosa que temor. Sospecha que las juntas se hayan podido endurecer con el frío y su elasticidad se haya perdido. Sabe que sin elasticidad, una goma no es estanca. No cierra convenientemente. Lo sabe y por eso teme que en el momento del encendido de los SRB, salte todo por los aires incluida la torre de lanzamiento.


Unos diez minutos antes del despegue, el colosal tanque de combustible externo que va adosado a la panza del transbordador, es llenado con 553.000 litros de oxígeno-líquido a una temperatura de -183 grados centígrados, que actúa como oxidante y 1.497.000 litros de hidrógeno-líquido a una temperatura de -253 grados centígrados para actuar como combustible. La mezcla de ambos entra en los tres motores principales de la nave y son los primeros en ponerse en marcha, cinco segundos antes de la ignición a T-1 de los SRB.


  


Cuando todo el combustible se ha quemado,  el tanque se desacopla del orbitador y cae hacia la atmósfera, reduciéndose a cenizas por la fricción.

Por eso, el momento de la ignición de todos los motores y SRBs  es el más peligroso de un lanzamiento. A decir verdad,  los astronautas están a lomos de una inmensa bomba, donde no es posible el más mínimo fallo. De ahí que toda la secuencia de encendido no es manual sino automática. Los ordenadores actúan al segundo para evitar el fallo o la duda.  



Mientras comenzaba a elevarse el Challenger,  una sensación de alivio momentánea, pasaba por Boisjoly, que había temido la explosión en el momento del encendido de los SRBs. Pero la poderosa máquina seguía su ascenso sin contratiempos. Desde el control, el director de vuelo ordena al comandante Scobee dar potencia máxima. El Challenger lleva 66 segundos de vuelo y todo parece ir bien. 7 segundos más tarde, una terrible explosión destroza el transbordador y todos los asistentes contemplan horrorizados el siniestro espectáculo. 

Boisjoly, anonadado, se levanta de su asiento y se dirige a su despacho. Quiere estar solo. Una inmensa tristeza le invade y comienza a sollozar por lo que acaba de ver en directo. Lo había advertido. Nadie le hizo caso. Sus temores se habían hecho realidad. 



Tras la tragedia, se nombró una comisión para estudiar las causas del desastre. 
Presidida por Williams P. Rogers, se conoció precisamente por el apellido de éste ex-Secretario de Estado. Entre sus miembros más famosos figuraban: Richard Feynman, Premio Nobel de Física; Neil Armstrong, primer astronauta en pisar la Luna y Sally Ride, primera estadounidense en el espacio y anterior tripulante del Challenger . Además de un grupo de expertos.





 Se analizaron concienzudamente todos los datos del lanzamiento incluyendo los datos de telemetría del vuelo, así como las imágenes del lanzamiento y se descubrieron algunas cosas sorprendentes como por ejemplo que a los 2 segundos del encendido de los SRB,  comenzó a brotar un penacho de humo negro, procedente de la combustión de las juntas de goma de las uniones del cohete de estribor y que durante el lanzamiento pasó completamente desapercibido. 


Unos segundos más tarde, el penacho desapareció, probablemente, como consecuencia de la acumulación de escoria de aluminio que hizo de sellante momentáneo. Ésto hubiera tapado la fuga de gases calientes y hubiera taponado la brecha de no haberse producido a los 37 segundos del despegue un fortísimo viento racheado o de cizalladura (muy temido por los pilotos), que bamboleó al transbordador y abrió definitivamente la fuga. Provocando un efecto de lanzallamas sobre la base del depósito externo de combustible, hasta que lo perforó.

Tras destrozar el depósito inferior de oxígeno-líquido, la parte superior del SRB  derecho colisionó con el depósito superior de hidrógeno-líquido. Ambas acciones terminaron por provocar la explosión completa del "external tank" y el transbordador se partió en miles de pedazos.






La Comisión Rogers dio totalmente la razón a Boisjoly, dictaminando que el fallo de las juntas tóricas del SRB del costado derecho, abrió un brecha en el impulsor, provocando la perforación del tanque externo de combustible, y como consecuencia de ello la deflagración de todo el artefacto. También culpó a Morton Thiokol y a la NASA por no haber tomado las medidas preventivas para evitar la catástrofe. Todos los vuelos programados fueron suspendidos hasta efectuar todas la modificaciones técnicas sugeridas por la comisión y durante 32 meses no hubo ninguna misión hasta el 29 de Septiembre de 1.988 en que el Discovery relanzaría el programa "Space Shuttle".

Boisjoly fue uno de los testigos citados en la Comisión Rogers y tras la investigación,  abandonó Morton Thiokol. 

A partir de entonces se dedicó  a dar conferencias sobre ética y seguridad,  y en 1988,  recibió el "Premio a la Libertad y Responsabilidad Científica", de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia.

El 13 de Mayo de 2.010 donó sus notas personales a la Universidad de Chapman, en Orange, California.

El cáncer acabó con su vida el 6 de Enero de 2.012.

Se hizo verdad la famosa reflexión de Galileo cuando afirmó: --"En lo tocante a la ciencia, la autoridad de un millar, no es superior, al humilde razonamiento de una sola persona."--


Alberto Jurado Aragonés
 Febrero de 2013
fotos: Archivo NASA.

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